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Arthur C. Clarke, autor de ciencia ficción e inventor británico, es más conocido por su novela de 1968 “Una Odisea del Espacio”, seguramente la narración más famosa del género.
Clarke, con más de 100 libros y 1.000 narraciones en su haber, no solamente era un escritor, sino también un ideador. Ha donado a la humanidad el invento que ha transformado el mundo: la red global de comunicaciones a través de satélites artificiales.
Clarke formuló tres adagios, conocidos como las tres leyes de Clarke, nacidos no de la mera filosofía sino de la experiencia:
1. «Cuando un distinguido pero anciano científico afirma que algo es posible, es casi seguro que tiene razón. Cuando afirma que algo es imposible, es casi seguro que se equivoca.»
2. «La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse más allá de ellos hacia lo imposible.»
3. «Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.»
La neurociencia, la epigenética y las nuevas ciencias están demostrando la esencia de las tres leyes de Clarke.
Más concretamente, cada vez se está verificando más, desde el punto de vista científico, que lo que antes se calificaba de “magia” responde hoy a leyes físicas conocidas y en evolución, como las leyes cuánticas.
En el artículo “Pero, ¿cómo funcionan?” se habló acerca de la disonancia cognitiva y de cómo ésta crea filtros y resistencias hacia la comprensión de nuevas ideas.
Estamos viviendo un momento histórico increíble.
Permitámonos explorar y maravillarnos: del mundo, de nosotros mismos.
¿Y si la solución a nuestro malestar psicofísico residiera, sencillamente, en una comprensión e integración total del cuerpo, la mente y el espíritu? Si, como enseña el método holístico, dejáramos atrás la dualidad del conflicto entre disciplinas y nos adentráramos en la trinidad del ser, ¿qué maravillas descubriríamos?
En efecto, es interesante observar cómo la medicina y la meditación derivan de la misma raíz indoeuropea med: reflexionar, tomar conciencia, de la que deriva la palabra latina mederi. Al igual que ciencia y conciencia provienen de la misma raíz latina scire (conocer, saber). Clara evidencia semántica de la unidad entre el alma y el cuerpo.
Partiendo de esta base, tanto en las culturas antiguas como en las actuales, se ha desarrollado la medicina holística, es decir, el arte y la ciencia de tratar al ser humano en su compleja unidad: el sistema inseparable de cuerpo, mente y conciencia.
Se remonta a Descartes la separación drástica y absoluta de la emoción y el intelecto. Según el filósofo y matemático francés, es la razón, y sólo la razón, la que debe estudiar las características cuantitativas y objetivas de la realidad. Durante siglos, este principio ha caracterizado la investigación en todos los campos: ¡solamente es científico lo que es medible, tangible y repetible!
Sin embargo, el siglo XX ha sido testigo de paradojas que han cuestionado fuertemente este principio. El “cogito, ergo sum” cartesiano (pienso, luego existo) se transforma en “sum, ergo cogito” (existo, luego pienso).
De este modo cambiando totalmente los paradigmas y permitiendo explorar lo inexplorado.
Partículas exóticas, cuantos, cuerdas, multiverso: estamos en un punto de inflexión epocal. La física está encontrándose una vez más con la filosofía. De hecho, estamos volviendo a los orígenes de la ciencia que, no olvidemos, se originó con los filósofos de la Escuela de Mileto.
Ciencia, filosofía, neurociencia, epigenética, psicología cognitiva: no hay compartimentos estancos, todo está maravillosamente conectado. Simplemente hay que unir los puntos: el futuro ya está aquí y reside en nuestro pasado.
La cuestión está bien expresada por Shawn Achor, aclamado conferencista de Harvard. “La creencia de que no somos más que nuestros genes es uno de los mitos más perniciosos de la cultura moderna: es la insidiosa noción de que las personas vienen al mundo con una seria limitación de sus capacidades y que ni ellas ni sus cerebros pueden cambiar. Parte de la culpa la tiene la comunidad científica, ya que durante décadas los científicos se han negado a ver el potencial de cambio que tenían delante de sus narices“.
Entonces, My Energy Bars ¿son magia o ciencia?
La respuesta a esta pregunta probablemente no sea inequívoca, sino que depende del enfoque que se dé a la comprensión de la realidad. Desde sus orígenes, el conocimiento científico se ha caracterizado por ser aparentemente libre, accesible y, por tanto, democrático; el conocimiento mágico, en cambio, es una doctrina para unos pocos, reservada a los expertos y, por tanto, elitista y exclusiva. No en vano se habla de esoterismo, que significa “reservado a un estrecho círculo de iniciados; misterioso, incomprensible”.
Personalmente, tras haber estudiado, probado y desarrollado los mecanismos que las caracterizan, puedo decir con certeza que My Energy Bars son Ciencia, en su más alto significado.
No la ciencia actual, a menudo sectaria y cerrada en sus paradigmas del pasado, sino la Ciencia del principio, que exploraba el mundo exterior e interior para comprender sus mecanismos, sin prejuicios y con total apertura hacia lo desconocido y lo inexplorado.
My Energy Bars se caracterizan por tener tres tecnologías distintas. La primera, utilizando los principios de la física clásica, genera una microcorriente, un flujo de electrones, que atraviesa el cuerpo y ayuda a mejorar el estado bioeléctrico del organismo.
Este principio de funcionamiento se analiza en profundidad en el artículo “Pero, ¿cómo funcionan?”.
Las tecnologías de segundo y tercer nivel se han desarrollado sobre la base de los principios de la física cuántica y la radiónica.
Las tecnologías, propias de los cilindros, van de la mano de protocolos de uso específicos diseñados para amplificar sus efectos. Representan una especie de mapa del tesoro destinado a descubrir el cofre que guardamos sabiamente en nuestro interior y del que, por desgracia, hemos perdido la memoria.
Por tanto, avancemos paso a paso hacia la madriguera del conejo.
Utilizando el principio de entrelazamiento, los electrones que pasan de un cilindro a otro, a través del cuerpo físico, han sido específicamente informados y programados para actuar sobre las frecuencias psico-emocionales y psico-energéticas de la persona.
¿Qué es el entrelazamiento cuántico, que significa literalmente “maraña, enredo”?
Simplemente, se ha comprobado que las partículas generadas por el mismo proceso, o que han estado interactuando entre sí durante cierto tiempo, permanecen de alguna manera vinculadas, en el sentido de que lo que le ocurre a una de ellas afecta inmediatamente a la otra, sin necesidad de que haya interacción, independientemente de la distancia que las separe.
¿Y ahora? El principio básico es sorprendente y nos dice que, simplemente, aunque nos consideremos entidades separadas y distintas del todo, en realidad formamos parte de un sistema mayor y constantemente conectado.
Nuestras células, nuestros electrones, mantienen una conexión constante e invisible con aquello con lo que han entrado en relación y continúan siendo influenciados.
Pero, ¿cómo es posible? Esto parecería probable gracias a la presencia de un superfluido, una energía que a lo largo del tiempo y en las culturas ha tomado diferentes nombres: prana en la lectura hindú/yógica, éter o aether en la lectura física y metafísica, energía orgónica de las investigaciones vanguardistas del Dr. Reich, chi de la medicina china antigua y moderna y de las artes marciales en general.
Hoy en día, la nueva ciencia habla de “zero point energy” (energía de punto cero).
De hecho, la carga de la materia parecería deberse al intercambio con el éter. El electrón, así como algunas de las demás partículas subatómicas, son vórtices autosuficientes en un determinado fluido de éter. El electrón, aunque sea una partícula estable, es un anillo de vórtice o una estructura toroidal hecha de éter, por lo que es capaz de absorber información y frecuencias específicas, resonando con ellas.
Cabe destacar que las pruebas experimentales del entrelazamiento no se han limitado a la física, sino que también han involucrado al mundo biológico con el experimento que demuestra la acción no local a través de la conexión entre las emociones y el ADN después de una separación.
En una investigación publicada en la revista Advances en 1993, el ejército estadounidense informó de que había realizado experimentos para establecer con precisión el vínculo emoción/ADN tras una separación. En 1993, ¡hace casi treinta años!
Los investigadores tomaron un hisopo que contenía células y ADN de la boca de un voluntario, lo colocaron en un entorno preparado y realizaron mediciones eléctricas en el ADN obtenido para ver si respondía a las emociones del donante que estaba en otra habitación; al voluntario se le mostraron vídeos que provocaban emociones fuertes y a medida que éstas se producían medían las respuestas de su ADN en la otra habitación. Cuando las emociones del sujeto alcanzaban picos emocionales, las células y su ADN, situados a gran distancia, producían una fuerte respuesta eléctrica al mismo tiempo. Los experimentos produjeron los mismos resultados incluso cuando las células y el sujeto fueron separados por una distancia de 560 kilómetros. Además, se analizaron los tiempos entre la respuesta emocional del sujeto y sus células mediante un reloj atómico situado en Colorado (con un margen de error de un segundo en un millón de años) y el intervalo fue cero. El efecto fue simultáneo. El ADN reaccionó como si todavía estuviera unido al cuerpo del donante.
¡Asombroso!
Volviendo a nosotros, ¿qué contienen las My Energy Bars, es decir, la corriente eléctrica que generan, los electrones?
En el interior de los cilindros hay cristales que, gracias a sus características, actúan específicamente sobre el bienestar psicofísico y el campo vibratorio de la persona.
Por su naturaleza, los cristales presentan estructuras atómicas ordenadas y poseen la capacidad de absorber y emitir energía. Cuando entran en contacto con las vibraciones de nuestro cuerpo, tienen la capacidad de proporcionar la vibración correcta con el fin de poner orden en la persona en los diferentes niveles: físico, energético y vibracional.
En concreto, los cilindros contienen cristales de luna y de roca que, gracias a sus características, actúan sobre el equilibrio de los dos hemisferios, masculino y femenino, y sobre la alineación de los tres cerebros de la máquina humana (vientre, corazón y cabeza) tanto a nivel biofísico como bioenergético.
Cabe destacar que la cristaloterapia no es un invento reciente ni una moda “new age“: por el contrario, se conoce desde la antigüedad con el nombre de litomedicina, la práctica de utilizar piedras con fines curativos que se utilizaba en muchas culturas asiáticas e indoeuropeas.
Además de los cristales, My Energy Bars contienen un circuito radiónico que aprovecha el poder del símbolo, es decir, la capacidad de las formas multidimensionales de manipular la energía del espacio local.
Pero esa es otra etapa del recorrido.
Ahora, descansa. Regenérate. Resplandece.
Fonti e approfondimenti:
Lipton B.H., La Biologia delle Credenze, 2005;
Davidson D.A., Shape Power, Il potere della forma, 1997;
Maltz Maxwell, Psico-cibernetica, 1960;
Montecucco N.F., Psicosomatica olistica, 2010;
Di Alvise De Fraja, Scienza e magia, al di là del vero o falso, disponibile all’indirizzo: https://www.homologos.net/scienza-e-magia-al-di-la-del-vero-o-falso
Thankstem, Entanglement (ultimo libro), disponibile all’indirizzo: http://www.thankstem.com/wp-content/uploads/2019/02/PUBBLICAZIONE-entanglement.pdf
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Tutti i contenuti e le informazioni sono di proprietà esclusiva di Milena Battaglia.
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